jueves, 11 de diciembre de 2014

La habitación 237

Imaginaos una casa no muy grande con solo cuatro habitaciones: la primera y más grande sirve al mismo tiempo de recibidor, de salón, de cocina y de comedor, todo esto sin ventanas; otras dos son habitaciones bastante grandes, llena de luz dado que toda la pared lateral es una cristalera, con un armario grande, un escritorio bastante apañao y mucho espacio; por último, la que queda es el cuarto baño con una ducha con tendencia al atasco y cuya agua caliente salía cada hora, un lavabo con un zombie en su interior (como se puede ver en la foto con algo de imaginación), una lavadora que no quería funcionar al principio, un calentador que perdía agua y un váter que también nos dio algún que otro susto. ¿Cuál de estas habitaciones eligiríais?

Yo al principio habría dicho el salón, pero resulta que hablamos de mi casa de Florencia y diría el salón en un principio porque ahí se daban las situaciones extrañas con Mario el fontanero, venía el tontaina a ver qué tal iba todo, había nutelladas con Lady Oscar en la tele y festivales de eurovisión tan interesantes y disputados como la final olímpica de tiro con arco, pero, con el paso del tiempo y las situaciones, me di cuenta de que la mejor habitación era el cuarto de baño.

La historia con el cuarto baño, a toro pasado, es bastante divertida. Lo primero que descubrimos era que la lavadora no centrifugaba y que dejaba chorreando todo, por lo que sacábamos la ropa directa para escurrirla en el lavabo y tenderla durante un ratazo. Un ratazo muy gordo porque vivir al lado de un río no ayuda mucho a secar nada. 
También vimos cómo la ducha era proclive al atasco porque, al parecer, las tuberías eran muy muy antiguas, con lo cual se quedaban con toda la porquería y no permitían los productos químicos porque podrían romperse, así que un día decidí meterme con el desatascador y casi vomito porque salió un montón de agua estancada y, para colmo, se quedaba en la ducha sin irse. Un numerito. Ducharse era otra aventura porque el agua caliente llegaba siempre que la aguja del calentador se encontrase en el número 3 y, mientras se duchaba uno, iba bajando y tardaba en volver a calentarse y llegar al 3. La ola de frío del invierno de 2011 no ayudaba a que la aguja se moviera más rápido, por eso los días que yo tenía partido era una alegría porque yo me duchaba en los vestuarios y me quedaba un rato más debajo del agua pensando "pa el día que no pueda".
El WC también quiso jugárnosla atascándose el mismo día que teníamos visita de 3 personas. Coincidió que se fueron a Lucca durante todo el día y pude improvisar un desatascador de váter en plan bricomanía con una percha metálica que sacrifiqué y con la fregona. Me tuve que poner un pañuelo -ejem, toalla- en la cabeza para que no se me metieran los pelos en el váter, remangarme mucho las mangas, ponerme los guantes e ir con la fregona y la percha a todos lados. Esta era mi jechura:


Entonces, ¿por qué era mi favorita? pues porque tenía un calienta-toallas que, cuando hizo mucho frío, llegué a abrazarlo y que te dejaba las toallas que daba gusto para secarse y porque, a pesar de todo, la taza del váter nunca estaba fría, algo que echo de menos cada invierno desde aquel año. 
Mi manchi troppo, mio WC :(

PD: Si me acuerdo, algún día contaré el numerito del último día con la revisión de la casa en la que el cuarto de baño también tenía protagonismo.

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