viernes, 20 de julio de 2012

El crimen de Olot (parte III)

Después de la experiencia de Andoni nos fuimos a una pulpería a ver qué tal estaba aquello. Casi se nos caen dos lagrimones (puede que sin el casi) cuando empezamos con ese manjar de pulpo y cervecita que destronaría a la mismísima unión de néctar y ambrosía. Había quien, en aquel momento, pensaba que la peregrinación debería ser hacia la pulpería en lugar de la catedral.
Nos dio hasta pena irnos.

El día siguiente correspondía a la última etapa, la cual transcurrió sin incidentes, y menos mal, porque cuanto más nos acercábamos a Santiago más plaquitas veíamos que decían "aquí falleció nosequién a un día de llegar a Santiago con X años a causa de una imbecilidad". Aviso captado, andar con cuidadito.

El tema fue el llegar a Santiago que, después de visitar la catedral y que el vizco nos firmase las compostelana, teníamos que encontrar un sitio para dormir y, como buena tierra mágica que es Galiza (calidade), se nos apareció una bruja que nos ofrecía una casa por muy poco precio. Cuando fuimos a verla, la casa tenía más pringue por las paredes que... llevo un rato pensando un símil y no se me ocurre nada, pero el caso, que la pared era un asco. Además tenía la ropa tendía por la misma pared, así que el "lavao" no le sirvió de mucho.
La casa en sí era una cocina muy pequeña con una habitación/cuarto de baño. Para verla tuvimos que entrar en dos tandas porque no entrábamos. Y encima la tía pretendía que durmiésemos ahí todos.

Para comer, algunos fuimos a un kebab y otros no. Ganamos con el kebab, seguro. Lo malo fue encontrar luego el albergue, que lo llevaba el mismo vizco que nos había firmao y había que aguantar la risa si queríamos tener alojamiento. El tío nos dijo que, por la noche, podríamos salir si queríamos, hasta que por la tarde hubo cambio en la recepción y el otro que estaba nos dijo que no podíamos a no ser que saliésemos hasta las 8.30 que volvía a abrir. El mu sieso.
Y no salimos porque llevábamos todo el camino con lluvia.

Al día siguiente fuimos a ver con más tranquilidad el centro de Santiago, el Botafumeiro actuar y hacer algunas compras. 
Mientras nos íbamos vimos como el cielo se abría y empezaba a haber un solazo increible. Juro que fue en el momento exacto en el que el bus salía de la estación cuando las nubes desaparecían. Eso se llama suerte.

En el viaje de vuelta no hubo ninguna detención, ni parada sorpresa, ni mal olor más allá del nuestro propio. Pero tuvo Paco la habilidad de, habiéndolo tenido encima suya a modo de manta, perder el saco en cuanto se desperto. El saco que mide casi tanto como él. Lo encontró finalmente.

Al llegar a la estación sentíamos una sensación  mezcla  de amistad inquebrantable y de odio profundo entre unos y otros.

Hace ya un año y dos días de esto... y hay que hacer otra cosa por el estilo!

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