miércoles, 29 de octubre de 2014

La clave de la convivencia

En clase de italiano hablábamos el otro día de las claves de la convivencia y, todos mis compañeros, la mayoría mayores que yo (incluso con hijos algunos), decían que la clave principal es el orden, porque tener todo ordenado es lo mejor que hay para que no haya peleas. Qué ilusos. Yo comprobé hace unos meses que la clave principal en este sentido es tener el mismo nivel de orden que la otra persona con la que se convive. 

Todo empezó en París, cuando estuve 15 días en un curso intensivo sobre América Latina. Éramos siete de Cádiz (como los de los Carapapa pero con menos rollo) y nos alojábamos en el Colegio de España y, como su nombre indica, no todo iba a salir bien. Esta gente pensarían "les cobramos a cada uno el precio normal y los metemos de dos en dos en habitaciones individuales" y así hicieron, tanto que cuando llegamos a nuestras habitaciones únicamente había una cama y ya nos temíamos que tuviéramos que compartir la cama. Yo además compartía habitación con David, que no solo es grande, sino que tiende a ocupar todo el espacio posible invadiendo el de las personas a su alrededor. Finalmente esto se solucionó con una "cama" supletoria (un catre, en verdad) y nos turnamos una semana cada uno.

Una vez que este problema estuvo solucionado, comenzamos a deshacer las maletas. La habitación contaba con un perchero y una estantería donde empezamos a colocar nuestra ropa: David a la izquierda y yo a la derecha, o al revés, yo que se, y dejamos las maletas con pocas cosas y en un rincón de la habitación. Pues bien, al día siguiente nuestra habitación ya había recibido el sobrenombre de Zara Tara. El proceso fue sencillo: lo de ordenar era pura fachada por parte de ambos y, habiendo confianza como hay entre nosotros, no era necesario aparentar en absoluto. Cuando salimos la primera noche a visitar París habíamos dejado todo bien ordenado y, a la vuelta, comenzó la Operación Barullo. Volvimos a nuestra habitación y los abrigos fueron a parar a la silla, las camisetas a la mesa, los pantalones a las camas, etc. Al día siguiente, por supuesto, las camas no se hicieron, nos fuimos a clase y, a la vuelta, se repitió el proceso del día anterior, logrando de este modo el sobrenombre que he dicho.

La cosa siguió evolucionando durante los 13 días siguientes, de hecho hubo unos calcetines* en el cuarto de baño durante cuatro días que David me decía que me los había dejado, hasta que descubrimos que eran suyos. A ninguno de los dos nos importó, simplemente era un poquito de desorden. También nos recogieron un día la habitación: hicieron las camas, dejaron las cosas cerca de las maletas, doblaron las camisetas... solo un día, la segunda vez ya pasaron y, aunque quiero pensar que es porque aceptaron que nos encontrábamos bien en ese hábitat, lo más probable es que tuvieran miedo de que apareciese un cocodrilo entre la ropa.

La cosa es que durante 15 días David y yo estuvimos la mar de agusto porque compartíamos el mismo nivel de orden (nivel 2 sobre 10, más o menos) y no había necesidad de perder el tiempo colgando un abrigo en una percha. Esa es la clave.

*Sustituir calcetines por calzoncillos, que creo que ese punto de desorden ya lo consideramos ambos al filo de lo permitido, aunque no lo dijimos públicamente. Total, un fallito en nuestra impoluta trayectoria.

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